¿Qué precio le pones al café en buena compañía? ¿Y a la sonrisa de tu amor? ¿Cuánto vale para ti el consejo de un amigo? ¿Y que te escuche relatar una idea? ¿Has pensado que para ellos también tiene un valor?

Somos animales, desde luego unos más que otros, pero animales sociales. Cómo mamíferos precisamos del clan, el grupo o la tribu, pero ¿qué ocurre cuando al otro lado no hay nada salvo la desconexión, el silencio o la falta de empatía y escucha? Entonces, en esos momentos, notamos la ausencia de vínculo y química que nos haga sentir la pertenencia. Y es ahí cuando baja la rentabilidad emocional.

Seamos realistas. Tenemos relaciones sociales a cambio de algo. Es un toma y daca global. A cambio de un tiempo, de una caricia, conversación, de un favor, de un sueño, proyecto o trabajo, de un compartir. 

Todo cuando entregas y recibes genera emociones y sensaciones, química endógena al fin. Pero ¿qué sucede si solo recibes o pides y no entregas? O al revés ¿cómo te sientes cuando facilitas, conectas, ayudas, compartes y no llega lo que tú esperas de los otros?

En efecto, aparecen la decepción, frustración, dolor por la indiferencia o la apatía percibida. Y ahí es cuando se produce la llamada baja rentabilidad emocional.

¿Qué controlamos de todo eso? Sin duda, qué damos y qué no. A quién entregamos y a quién nos negamos. Controlamos lo que esperamos, las expectativas e ilusiones, pero no las reacciones de los demás, no su percepción de la realidad, de nuestra realidad, ni su empatía o predisposición a la entrega. 

Sí controlamos nuestra palabra, nuestra capacidad de expresar a la otra persona lo que sentimos. 

Tú eliges, siempre eliges, "¿le contesto o callo? ¿Expongo cómo me siento o espero a que se dé cuenta?"

La rentabilidad emocional, como pasa con la bancaria, no depende solo de ti, pero la inversión de tus acciones, rentables, sí.

Y hoy... ¿Quieres un día rentable?

Por Pedro Palao Pons, Presidente de TISOC, Master Coach grado Experto.